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-¡Cuidado! nos grita el viejo y sacando el machete corre hasta dónde el último de nosotros intenta salir
apresurado del agua, de pronto y sin saber cómo, la selva se oscurece y un poderoso estruendo seguido
por un copioso aguacero estremece el lugar.
Cuando la luz del sol ilumina el espacio nuevamente, estamos en las orillas del agua, empapados. Este
no es el río en el que estábamos, es otro. Detrás de nosotros aparece el viejo corriendo machete en
mano.
-¡Cuidado! Blande el machete sobre nuestras cabezas, ¡cuidado con el caimán! En la superficie del agua
aparecen, una, dos tres cabezas de caimán: El croar de ranas y zapos se vuelve insoportable, la nube
de mosquitos nos ataca por todos lados. El sitio huele a rayos y el calor, nos tiene aletargados. El viejo
baja el machete, se saca el sombreo y se seca el sudor con el dorso de la mano.
-¡Tengan cuidado! Estamos en el pantano, nos dice, ¡todavía estamos en peligro! Este lugar, como la
selva, es de cuidado.
Caminamos por la orilla de la ciénaga, cuidándonos de no caer al agua, los mosquitos nos atacan, pero
son presa fácil de la lengua de ranas y sapos. En un rincón del pantano donde de manera tenaz se filtran
los rayos de sol, las tortugas blancas y los cocodrilos de pantano, se tiran una siesta arrullados por al
canto de los pájaros, los monos aulladores y los cangrejos violinistas.
Y mucho después, cuando hambrientos, cansados, asustados, mojados y picados por los moscos
quisimos cambiar nuestra suerte, repentinamente, el sol se apaga por completo, pasan uno, dos, tres
largos e interminables segundos, cuando vuelve la luz, todos, estamos frente al mar, la corriente del
río derrama con estruendo sus aguas dulces sobre las saladas del océano en una especie de abrazo.
Es como el encuentro de dos viejos amigos que se quieren y tienen mucho tiempo de no verse.
-¡Se, acabó, se Acabó! Quiero irme a mi casa, grito con todas mis fuerzas, ¡Ya no quiero estar aquí!
¡Alguien ayúdeme!
Cuando despierto, el viejo me sujeta de las manos y los otros del equipo muertos de risa, se burlan de
mí y me tranquilizan.
-Estabas soñando, me dicen, ¡El susto que nos diste con tus gritos!
Cuando acabo de despertar me doy, cuenta, ya todos han recogido sus cosas, conversaban y toma
café, mientras el viejo, en silencio, apaga los últimos rescoldos del fuego.
Cuando ya despierto, abro las puertas del refugio un sol tierno bajo en un cielo sin nubes nos da los
buenos días. Afuera un estruendo colosal llamó nuestra atención, sorprendidos salimos en tropel y
maravillados vemos el agua de la cascada, al chocar contra la superficie de una inmensa roca, el
estruendo nos deja sordos, la brisa nos moja la cara, la ropa, el cuerpo.
Levanto la vista y puedo ver el hueco por dónde sale el agua, es como si en medio de un tupido bosque
de altos y gruesos pinos, un tubo invisible expulsara hacia el vacío aquel enorme y torrencial chorro de
agua. Sacudo con fuerza la cabeza, me restregó lo ojos.
-Si- me digo a mi mismo,- estoy despierto.
Luego escucho al viejo guía decir:
-En esta cascada, empieza nuestro viaje. Y voltea verme a los ojos con una sonrisa cómplice y
socarrona. Mientras los otros y yo empezamos nuestro viaje por la cuenca.