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Introducción
Tal vez tú no lo sepas pero hace muchos, muchos siglos, los grupos de la especie humana en la tierra,
andaban de aquí para allá, buscando agua, comida, refugio y huyendo de animales más grandes y
fuertes que ellos.
Los hombres, las mujeres y los niños de aquellos tiempos eran, entre las especies, la más débiles e
indefensas, del planeta, para protegerse siempre estaban en movimiento.
Para sobrevivir, huían de las fieras, buscaban protegerse del frío, del calor, de la lluvia, estaban a merced
de la dureza del aire, del agua, de la tierra y del fuego.
¡Ah! el fuego, tal vez todos lo habían visto, algunos hasta habían sido tocados por su ardiente lengua.
El fuego nacía lo mismo de un rayo en medio de la tempestad o de la ardiente lava de un volcán en
erupción.
El fuego incendiaba a su paso, porque si no lo sabes, el fuego camina y a su paso, abrazaba bosques,
selvas, praderas. Las llamas exterminan en poco tiempo, plantas, animales, insectos y seres humanos.
En el principio de los tiempos los miembros de los grupos humanos no sabían cómo manejarlo, no tenía
idea de cómo conservarlo, ni cómo utilizarlo para cocinar sus alimentos, como hacerlo útil para
defenderse de sus depredadores, para darse calor, mucho menos para iluminar sus oscuras, húmedas
y frías cuevas. Fueron tiempos duros para los primeros pobladores del mundo.
Un buen día, no se sabe cuándo, en medio de una furiosa tormenta eléctrica, un poderoso rayo cayó
sobre la tierra seca e incendio los pastizales, el fuego se extendió con rapidez y tomo por sorpresa a
un grupo, que para protegerse se refugiaron en una cueva.
Después, cuando el incendio se extinguió, un joven del grupo, vio, no lejos de la cueva protectora, el
resplandor de una pequeña llama ardiendo en la oscuridad. Venciendo el miedo, salió, temeroso, de la
cueva, la tierra caliente le quemaba los pies, llego hasta la rama que ardía, fascinado por la luz la tomó
y a toda carrera la llevo dentro del refugio inundándolo de luz y ahuyentando en todas direcciones,
bichos, insectos y alimañas.
Luego, el resplandor les permitió ver el interior de la cueva: piedras, tierra, cráneos, osamentas de todas
las especies, troncos y ramas, algunos tomaron otras ramas y la acercándola a la llama de aquella que
ardía, a la altura de sus ojos, vieron como estas también se incendiaban, entonces tomaron troncos,
los apilaron en el piso del refugio, el fuego abrazo el túmulo y después de un rato sintieron como el
fuego con su brillantez y su fuerza iluminaba y calentaba la cueva.
Tal vez aquella noche, por primera vez, desapareció el miedo, el temor a la oscuridad, a las bestias, a
las alimañas. Y tal vez, sólo tal vez, en esa cueva, esa noche, un grupo humano pudo dormir tibio y sin
sobresaltos.
Eso sucedió hace muchos siglos, tantos, que si los contarlos uno por uno, no terminaríamos en un siglo,
es decir, en cien años.
Se dice que cuando la especie humana aprendió a usar el fuego, a controlar y a manejar las aguas, a
producir sus propios alimentos, cambiaron muchas cosas. Por ejemplo, en unos cuantos siglos, es decir,
en unas cuantas veces cien años, los grupos humanos dejaron de ser nómadas, es decir dejaron de ir
de un lado para otro, se volvieron sedentarios.
Dicen también que eso ocurrió porque descubrieron o inventaron la agricultura, según cuentan, que las
que hicieron el invento o el descubrimiento fueron las mujeres, eso dicen, que mientras los hombres
se iban a cazar animales, para comer carne, las mujeres se quedaban en cuevas, cuidando a los niños